Nunca, sobre estas mismas líneas por las que caminé tanto tiempo, pretendí dejarte olvidada como un recuerdo. Como la sensación que se tiene al despertar de un sueño. Supe desde el principio que tu mirada sería eterna para mis ojos y con el color de tus pupilas le diste luz a mis sonrisas. Luego de tantas desviaciones he llegado a pensar que tal vez es hora de marchar.
Pero la nostalgia me acompaña cada noche en la cama. Duermo pensando en la posibilidad, de ver para atrás y hacerte realidad. Porque en la vida, la constancia de querer seguir es una herramienta para alimentar mis dolores, una forma de creerte las mentiras, de creerte cuando me miras.
Pero pienso, intentando recapacitar inmerso en lo incierto, que las mañanas tienen color cuando escucho la delicadeza de tu voz. No entiendo, presiento que será un problema, no poderme alejar de tu olor que me envenena. Soy quien pretende resucitar lo que un día tuvimos; soy quien cada noche te regala un suspiro.
Y ando por esta vida con la felicidad de un niño al jugar, ando pero no logro caminar, ando pero no te logro encontrar. Sé que te fuiste. Sé que no te perdí. Sé que escondida en mis latidos por siempre estarás. Pero hoy, justo cuando las sirenas interrumpen el silencio, recuerdo fríamente el proceso de los hechos, la locura de sentir tus besos peleando en contra de borrar mis miedos.
Es un consuelo para la mente. Es la mentira que me mantiene pendiente. Es lo irreal creído verdad. Eres tú, con un poco de maldad.
La característica esencial para mantenerme a tu lado es obviar que me quieres y dejarme abandonado. Irracional, la forma de reaccionar. Pero es que no logro controlar lo que siente el corazón. Como golpes de torpeza. Como la misma piedra una vez más. Dispuesto a dejar mi cordura en tus labios. Dispuesto a sufrir, dispuesto a tu lado morir.
Y qué más da descobijar un par de sueños, si al final de cuentas eres la dueña de todos mis miedos. Qué más da, aconsejar al viento dejar de soplar, y de una u otra forma aprender a escuchar en suspiros las recetas que me permiten vivir. Con palabras he convertido una frase en una caricia a tus mejillas, con mis pensamientos te he motivado a creer en lo que ya no existe. Con cada una de las cosas que escribo, has ido cosechando la idea, la bizarra idea, de que se puede leer el corazón por medio de rimas.
Recuerdo que te tuve, y que fuiste mía. Tal como recuerdo que me heriste y que maltrataste la herida. Por eso ya no suenas en la bulla de mis ideas, ya las rimas no buscan tus sonrisas. Ahora escribo para coser memorias, para sanar heridas. Escribo porque en estos párrafos desdibujo tu mirada. Y mi inspiración, la que mucho tiempo fue solo tuya, se convierte en mi pañuelo de lágrimas, en mi propia caricia; quiero olvidar que algún día golpeaste con tus mentiras el deseo de mi vida. Quiero borrar el sueño que ensuciaste.
Por primer vez en mucho tiempo me escucho entre palabras. Puedo poner a trabajar a mis recuerdos, y borrar con tranquilidad cada uno de mis miedos. Hoy, diferente de ayer, no estás más aquí. Hoy, estas palabras no tatúan tu mirada en el viento. Creo que hoy me despido de este amor perverso, el que convertiste en pesadilla un tiempo atrás, el que nunca luchaste por recuperar.
Nunca, sobre estas mismas líneas por las que caminé tanto tiempo, pretendí dejarte olvidada como un recuerdo. Pero aquí estoy, bajo la misma luna, pintando estrellas en el cielo. Y con el dolor de cada letra decirte adiós una última vez. De verdad, nunca pretendí dejarte olvidada como un recuerdo. Nunca. Pero aquí estoy.