Es una manera de cerrar los ojos, una forma de soñar despierto. Es una idea que nace aquí adentro, una idea que se mezcla en lo incierto. Lo piensas como un sendero del destino, como el secreto que esconde el camino. Muchas veces sientes que te pierdes, que te borras. Sientes que el sonido del viento es un estorbo, duermes y olvidas por instantes el sabor de una sonrisa en tus labios.
Un simple gesto, la mirada que motiva, que calienta. Es un susurro de la felicidad, como la pertinencia de saber leer en tus lagrimas los trucos para limpiar tus miedos. Pues cuando el dolor agita tu corazón, y tus latidos pierden el ritmo, un deseo puro por sonreír se pierde en el arrebato de un sentimiento sin alma. Por eso, cierro cicatrices con los pensamientos que me motivan. Por eso aprendo de los errores para entenderme como humano. Y cuando la tristeza llena sus pulmones con tu respiración, hay tres motivos inacabables que te persiguen para hacerte feliz.
Una ilusión que llueve fuerza, que regala energía. Una ilusión que trafica felicidad cuando menos lo esperas. Es como mirar en el reojo el detalle de la vida. Como suspirar sin entender el por qué. Es un motivo que se convierte en hilo, que cose heridas, que sana recuerdos. Es una excusa para dejar atrás tus miedos, para vivir sin complejos. Y en ese instante, cuando más hundido te sientes, aferrarte a la dulzura que trae la ilusión de un futuro que se parezca más a tus sueños. Una simple idea, un simple cobijo emocional. Es el destino coqueteando con el presente, es tu tristeza muriendo en una carcajada.
Un amor que lastimó, que te enamoró. El mismo que te hizo soñar, que te hizo llorar. Con el que aprendiste a querer, a amar. Las lecciones de tu corazón, esa forma casi mágica de pedir perdón. De equivocarse, de tener miedo de perder, de fallar. Un amor puro, que se obvia, se olvida. Un sentimiento que se creía muerto, una emoción que te incita a seguir, a luchar. La delicadeza de un beso en tus labios; la caricia incansable de tus ojos. Una carta de amor que resucita corazones vencidos, donde desangras para siempre a la soledad. Aquella tarde en mis regazos, aquellas risas y peleas. El dolor de dejarte ir, de separarme de ti. El desconsuelo de un corazón roto. Pero el más grande de todos los sentimientos.
Los recuerdos, los que te enseñan. La escuela de tu mirada, el arrebato de tu sonrisa. Es el dolor que se convierte en armonía, es la tristeza adornando tus logros. Es la herida que sangra y sonríes, es el duelo de todo lo que pierdes. Como hacer de tripas, corazón. La coartada perfecta entre la alegría y la depresión. El repaso de los cuadernos de la vida, es el examen final para el orgullo que sientes. Los recuerdos grabados en tu mente, que te han enseñado a disfrutar y ser consciente. A dejar de creer que el mundo termina en tus pies. A crecer, a luchar, a sonreír a pesar del dolor.
Y de una forma u otra, nos aferramos a lo que no es, a lo que será. A lo que creemos que puede ser. Como soñar despiertos. Como enamorados de la vida. Pero realistas, precavidos. Buscando de cada dolor, una salida. Una forma delicada de salir adelante, de no quedarnos en el suelo. Estrategas del camino. Analistas del destino. Aceptando canjes de felicidad, robando sonrisas, dedicando palabras, escuchando canciones, compartiendo sueños. Es lo que es. El deseo impotente de ganarle al dolor. Es esa sonrisa que dejas escapar cuando te sientes mal. Es esa intención que te motiva a intentarlo una vez más. Es sencillamente aprender a volar.