domingo, 7 de agosto de 2011

Muero, pero vivo en tu mirada.


Muchas veces me he preguntado cómo hace tu voz para encontrar una sonrisa en mis labios. Hoy me propuse descubrir entre tu mirada la razón que me mantiene despierto. Hoy quiero robar dos estrellas al cielo para iluminar tu belleza y convertir tu sonrisa en pura delicadeza. Hoy, justo antes de morir, quiero saber una vez más de ti, y compartir mis últimos pensamientos a tu lado.

Siempre fuiste la que inspiró mis palabras, fuiste el aire que le daba trabajo a mis pulmones; el sonido de mis latidos pidiéndote que no me abandones. De repente, te convertías en todo lo que temía, en cada rasguño de dolor, cada momento de tristeza. Incluso, y lo sabes muy bien, fuiste la mayor decepción de mi vida. Pero con la ternura de tus lágrimas fuiste cobijando mis heridas, y con besos reviviste lo que hace un tiempo sentía.

A pesar de todo, de las cosas buenas y las malas, a pesar de que hace un tiempo te alejaste, hoy la vida nos dedica este instante de dolor, de emoción, de saber que después de aquí no hay nada, donde el recuerdo se acurruca en la almohada y duerme, duerme en un sueño profundo donde puedes ir cuando quieras. El recuerdo, a partir de ahora, se convierte en el recreo de mi muerte, donde juntos viviremos una vez más el amor que tuvimos, donde juntos dejaremos de ser dos para ser solo uno.

Ahí, donde cada tarde será infinita, donde el amanecer nunca se termina. Donde puedes dibujar nuestro amor entre las nubes y pintar el paisaje de colores. Donde podremos vivir sin preocupaciones, correr y reír sin rencores. Ahí, en el mismo lugar en que quedamos unos años atrás, cuando decidiste alejarte, cuando decidiste dejarme. Pero morir es una forma de vivir, de recobrar el tiempo que perdí. Es una manera de tenerte junto a mi, de besarte una vez más, de saborear tus labios sin esperar.

Muero, pero vivo en tu mirada. Muero pero me aferro a ti, mi enamorada. Dejar de respirar no impide que deje de sentir; sin latidos me tendrás junto a ti, en cada brisa, cada tormenta, en cada noche, en cada instante. Viviré incluso más, pues cuidaré de tu camino, y mi destino será abrazarte, sin descuido. Pues cada paso que des, cada pequeña imagen de reojo, cada calor, cada sensación, cada respiro; pues cada instante de soledad estaré contigo, sin fallar.

Ahora, presiento que muero. Y con una sonrisa me despido de tu olor, sintiendo el calor de tus manos unidas a la mía, como descansando en una tierna cobija. Y disfruto del color de tus ojos una vez más; disfruto tanto poderte amar, que en el último respiro me llevo conmigo un poquito de nuestro amor, para cosechar en la tierra semillas de esperanza. La vida no se acaba, no cuando dejas recuerdos en memorias. No cuando sientes que amar vale la pena. ¡Que amar es mucho más que la vida entera!

Muero, pero con cada respiro tuyo reacciona una sonrisa mía. Con tu mirada he construido alegría. Quiero sentirte conmigo, sentirte mía, quiero abrir los ojos y cobijar el miedo. Pero es tarde, y el tiempo me apuñala. Lo que fue se acaba y lo que no, se apaga. Las discusiones, los besos, preocupaciones y deseos; la vida escurrida en instantes imprecisos, en silencios, en gemidos; en la desesperación que domina lo incierto.

Pero tus manos, las que besaba por las noches antes de dormir, se convierten en mi fuerza, en mi fuerza al partir. Ese susurro delicado de tu voz, tus labios, el olor, la ternura de tu aroma y la magia de tu amor. Y tus ojos, las lágrimas, la pureza de tu mirada, escondite de tus secretos. Con una sonrisa hipócrita me calmas; me dices que me amas y un sonido en el fondo me relaja. Un último intento de mis latidos por rimar tu nombre antes de morir; me abrazas, te suelto, y con mi muerte, dibujo un adiós en el tiempo, para dejar una marca en tu memoria que te haga sonreír en silencio.

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