domingo, 27 de noviembre de 2011

Un instante que no encuentra final.


Pierdo en un reflejo por la mañana la imagen de la realidad, la que se oculta. En cada instante del camino, en cada mirada por la ventana, todo se muestra distinto, sin alma. Hay gritos que ensordecen, pero nadie escucha; hay lágrimas que ahogan, pero a nadie enternecen. Se vuelve amargo vivir sabiendo que muchos olvidan que hay un mundo distinto en donde no existe igualdad. Pero nos venden mentiras que compramos sin rebajas; no es momento para dejarnos olvidar, es momento para comenzar a actuar.

Muchas tardes repasé, en silencio, ideas de mi mente. Eran intentos, distintas maneras de acaparar mis sentidos. Incluso, intenté aprenderme de memoria recetas de la vida, para sentirme listo, preparado. Hoy, en cada segundo, mucha gente muere de hambre, de tristeza. Un sistema difícil, que absorbe y carcome a quienes menos pueden. Por eso decidí caminar y abrir los ojos una vez más.

Dejar en esta tarde la mirada eterna en el paisaje, escuchando por instantes la imprecisión del silencio, el mismo viento que juega a refrescar pensamientos. Como los árboles, escondidos para ser vistos, como la bulla, la que se muestra para ser obviada. Al final, con cada paso se desvela la realidad, la que se maquilla con pinceladas de ironía. Un retrato amargo que no vende felicidad, un grito desesperado que llora en silencio, con intensidad.

Poco a poco se le va perdiendo el ritmo a la razón, y se siente en el corazón el desgarro de una verdad que grita por ser recordada, que carcome los sentidos. La misma que arrebata lágrimas por las noches, cuando el frío encuentra un rincón en las sabanas, revelando la crudeza de un sistema social que olvida al que no debe; que golpea al que no lo merece.

El paisaje se torna gris, se alimenta de inseguridad. El destello de la naturaleza, ese recuerdo para olvidar, donde se pierde la simetría en lo natural, la perfección del aire al respirar. La seguridad se borra con la mirada que destroza diferencias; que no entiende de justicia. Como un despecho de la socidad, demostrando en cada paso la nostalgia de la verdad. Y se convierte todo en un cuadro pintado de colores fríos, de miradas vacías; de desordenes y olvidos, el susurro desesperado de una circunstancia, de un instante que no encuentra final.

Ahora, en silencio, cada esquina del cuadro se borra con tristeza. Es una imagen que impacta, que lastima. La realidad de muchos que importa a pocos. El escondite de la mentira, una nostalgia que llora vergüenza, antipatía. Una señal para volver los ojos y ver a donde no queremos ver. Una puerta para ayudar, para borrar tristezas, lágrimas. Una manera de presionar, y que esa circunstancia encuentre su final.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Para que empieces a soñar.


Solo acuéstate, cierra los ojos. Busca en cada rincón de tus sentimientos esa idea que persiste, el motivo que alimenta; y en la esquina de tus sonrisas, piérdete en tu tranquilidad, en tu misterio. Quiero convencer a tus sentimientos y robarle un suspiro a tus pulmones. Una vez, y hasta dos; repetiría en susurro cada palabra a tu corazón. Para que escuches, y de una vez por todas comiences a soñar, a vivir.

No hace falta mentir; las delicias de esta vida se saborean al sufrir. Y por más que lo leas no lo entenderás. Llegarán momentos donde limpiarás la tristeza con tus lágrimas, como una forma de escurrir el dolor; y con un beso o una caricia comprometerás tu alegría a la magia, en un instante repentino, que se encadena a tu mirada; esas ganas de sonreír, esa terquedad de la felicidad por abrazarte. Y justo cuando se mojan tus ojos, logro robarte aquél suspiro; una forma de apañar en mis manos la sonrisa que muere.

Caminas pensando, sobra la línea del tren. La misma tarde, el mismo camino. Y en lo que callas escondes tus miedos. A lo lejos se nota que viene, y la lluvia se convierte en la ironía de tu tristeza; como el sarcasmo del dolor. Lo escuchas venir, y los latidos del corazón hacen rima con el viento, la brisa fresca que acaricia tus silencios. Es momento de dudar, de cuestionar cada pequeño detalle de la vida; es momento de perder la razón y actuar con locura, con pasión; quiero que leas en voz alta, quiero convencer a tus sentimientos.

No te permitas olvidar. Yo escribo para que interiorices. Y sin pensarlo dos veces, me convierto en el abrazo que te falta, en el beso que te da fuerza. Quiero que caigas en la trampa de estas palabras, y que con una sonrisa colándose en tus labios, recuerdes que los momentos suelen ser inexactos; y aún en la injusticia puedes sacarle provecho a la experiencia. Quiero robarle ese suspiro a tus pulmones y dibujar tu sonrisa en el viento. Quiero respirar tu alegría y saber que eres libre en el intento.

Sólo acuéstate, cierra los ojos. Y ahí, donde la idea persiste, piérdete en la tranquilidad, para que de una vez por todas empieces a soñar. Cierra los ojos. Lee en voz alta. No te permitas olvidar. Al final de este cuento todo consiste en interiorizar, en aprender que la nostalgia sabe mejor en compañía, y que la tristeza es el drenaje del dolor. Ahora dibujo tu sonrisa, en el viento, y encadeno tu alegría a lo incierto, para que juegues a ser feliz aún en tus miedos. Y quizás, una tarde de lluvia, una tarde dispersa, me veas con alegría, como tu camisa de fuerza; entonces poder secar tus lágrimas, besar tus labios; y sentirte completa acurrucada en mis regazos.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Vuelve.


Como una rima de tus ojos y las estrellas, le escribo una carta a la memoria; aquellos momentos. Para recordar el sabor de tus besos y la ternura de tus labios. Vuelve, como el frío por las noches. Vuelve y juega a ser preciso, cauteloso. Sin engaños, solo destellos; la Luna en el cielo y el descanso en la noche. Y apoyo mi cabeza en tus silencios, para escuchar lo que callas; una manera de amarte, una forma distinta de adorarte. Juego en tus ojos a ser invisible para el dolor, un abrazo, dos besos; un adiós.

Vuelve. Y con su ternura, el descaro. La misma maña de golpear, el mismo intento de pintar sin siquiera saber colorear. El sonido que se resquebraja en la silueta del atardecer, mientras se rompe en pedazos el corazón, la cordura. Recuerdo; ahora vuelve. Con lágrimas y heridas. Austera, calmada; calculadora; con mirada fija, tentadora. Una mala jugada, dos segundos insensatos; la cruel encrucijada, el arrebato perdido con la mentira que calla. En silencio. En vacío.

Y no entiendes nada. Pretensiones, minutos de magia. Mientras llueve, olvido aquello, lo que duele. En cada gota, una lágrima que escurro entre sílabas. Duermo acurrucado en su sonrisa, tierno abrazo, una caricia. Para intentar arrebatar una sonrisa, para sanar tu herida y robarle al cielo una estrella. Solo quiero iluminar tu noche, para que en la oscuridad no olvides tus sueños, y con el brillo del cielo, la simpleza de un detalle, puedas canjear el miedo por ideales. Así, con cada intención le escribes versos al poema, una rima que te invita a ser feliz en la tristeza.

Sí. Vuelve. Con su mirada, con su sonrisa. Por eso me dedico a guardar silencios, a cosechar verdades. Y vivo soñando, para dormir la realidad. Pues lo que hoy es mañana, para mañana es el ayer. Si lo logras, cosecha entre párrafos un susurro que enfrenta, como la terquedad en tu razón. Sueña sin soñar viviendo despierto, quiero que vivas mientras sueñas para que te duela menos. Sueña por soñar, sabiendo que en el sueño descansarás. Sueña para aprender, y al despertar, cada lección un nuevo sueño te dará. Cumple ese sueño, el que sueñas al despertar, y duerme tus miedos para soñar tu realidad.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Una sonrisa en tu mirada.


Con cada palabra escurres tu tristeza. Recuerdo que soñabas, que convertías pinceladas en sonrisas; recuerdo cuando crecías, y diseñabas sentimientos con caricias. Como la magia que nace en tu mirada, logras calcar intentos con esperanzas. Y ahora recito tus pasos, convirtiendo tu mundo en una rima, en una estrofa que camina a tu corazón. Sin perderme, sigo el sendero de tus labios, para llegar a la dulzura de tu cuerpo, y ahí, solos los dos, borrarle las huellas al dolor, a la tristeza.

Pero cambia. La circunstancia lastima. Aún buscando la paciencia, me dejo llevar por la agonía. Solo para probar. Solo para probarme. Una forma de conocerme, una prueba para superarme. Porque juego a estar perdido, para encontrar lo que perdí; porque me acerco a mis miedos, para aprender con la precisión del dolor, de la amargura. Y ahí, abajo, solo queda subir, crecer. De la misma forma que nace la nostalgia en una tarde lluviosa, hoy le suelto amarras a una lágrima sinuosa, terca.

Y cuentas. Cuentas dos veces, en silencio y con la calma que presta un suspiro. Y entonces buscas la lágrima que detiene tus latidos, tan terca. Solo lloras. Como escribiéndole una carta a la tristeza, como intentando aprender a la primera. Te desesperas. Corres para alcanzar la cordura, la razón. Te escondes, y juegas a ser invisible en tu circunstancia. Pero fallas. Te equivocas y repites tus ideas en la mente, repasando los dictados, los apuntes en tu mente. Duele.

Duele, y miras tus manos sucias, cansadas. Cierras los ojos y amarras tus pensamientos, tratando de encarcelar un sentimiento que trata de colarse en tu tristeza. Una simple idea vacía o la ironía del instante perdido. Pero cuesta aceptarlo, y en la enredadera de tu mente olvidas un detalle. Y aprovechas un descuido de la vida, un silencio con forma de esperanza, para abrazar una sonrisa en tus labios y acariciar la ternura de sus ojos.

Son esos instantes de carcajadas, oportunidades descobijando lástimas. Me quedo inmóvil, pretendiendo que no me vean. Y muevo mis manos, escribiendo en el aire un cuento, un poema en forma de verso; y trato en una rima de responder la pregunta que insiste, que golpea. Terca y necia, como aquella lágrima que le corta el ritmo a mis latidos; un poco de constancia mezclada con la torpeza del momento, dos segundos de descuido y lo irónico con lo perverso; me olvido del detalle, la pregunta con su respuesta, y obviando la importancia, me pierdo en la incoherencia. Cuento dos veces, en silencio, buscando esa lágrima terca; cuento dos veces y escribo una carta, con la calma que presta un suspiro.

Sueñas. Duermes. Como hace un tiempo, cuando soñabas, cuando convertías pinceladas en sonrisas. Aquél cuadro que dibujaste, el retrato del presente. Del pasado. Una imagen en colores, palabras que se juntan para darle forma a tus emociones. No logras esconder entre líneas lo que sientes. Leo. Recuerdo mientras escribo. Y me aferro a aquellos ojos, aquella sonrisa. Sin soltar mis promesas, sin olvidar cada paso. Pongo a dormir tus ojos tristes, tu mirada cansada. Y con un abrazo, o una caricia, intento que rediseñes actitudes, pensamientos; intento que sueñes...que calques una sonrisa en tu mirada.