Pierdo en un reflejo por la mañana la imagen de la realidad, la que se oculta. En cada instante del camino, en cada mirada por la ventana, todo se muestra distinto, sin alma. Hay gritos que ensordecen, pero nadie escucha; hay lágrimas que ahogan, pero a nadie enternecen. Se vuelve amargo vivir sabiendo que muchos olvidan que hay un mundo distinto en donde no existe igualdad. Pero nos venden mentiras que compramos sin rebajas; no es momento para dejarnos olvidar, es momento para comenzar a actuar.
Muchas tardes repasé, en silencio, ideas de mi mente. Eran intentos, distintas maneras de acaparar mis sentidos. Incluso, intenté aprenderme de memoria recetas de la vida, para sentirme listo, preparado. Hoy, en cada segundo, mucha gente muere de hambre, de tristeza. Un sistema difícil, que absorbe y carcome a quienes menos pueden. Por eso decidí caminar y abrir los ojos una vez más.
Dejar en esta tarde la mirada eterna en el paisaje, escuchando por instantes la imprecisión del silencio, el mismo viento que juega a refrescar pensamientos. Como los árboles, escondidos para ser vistos, como la bulla, la que se muestra para ser obviada. Al final, con cada paso se desvela la realidad, la que se maquilla con pinceladas de ironía. Un retrato amargo que no vende felicidad, un grito desesperado que llora en silencio, con intensidad.
Poco a poco se le va perdiendo el ritmo a la razón, y se siente en el corazón el desgarro de una verdad que grita por ser recordada, que carcome los sentidos. La misma que arrebata lágrimas por las noches, cuando el frío encuentra un rincón en las sabanas, revelando la crudeza de un sistema social que olvida al que no debe; que golpea al que no lo merece.
El paisaje se torna gris, se alimenta de inseguridad. El destello de la naturaleza, ese recuerdo para olvidar, donde se pierde la simetría en lo natural, la perfección del aire al respirar. La seguridad se borra con la mirada que destroza diferencias; que no entiende de justicia. Como un despecho de la socidad, demostrando en cada paso la nostalgia de la verdad. Y se convierte todo en un cuadro pintado de colores fríos, de miradas vacías; de desordenes y olvidos, el susurro desesperado de una circunstancia, de un instante que no encuentra final.
Ahora, en silencio, cada esquina del cuadro se borra con tristeza. Es una imagen que impacta, que lastima. La realidad de muchos que importa a pocos. El escondite de la mentira, una nostalgia que llora vergüenza, antipatía. Una señal para volver los ojos y ver a donde no queremos ver. Una puerta para ayudar, para borrar tristezas, lágrimas. Una manera de presionar, y que esa circunstancia encuentre su final.