domingo, 9 de octubre de 2011

Aroma de café.


Una tarde de Noviembre, un momento cualquiera. Las lágrimas en la mesa de noche hacían del silencio un vacío repentino. Llovía, y con el viento, la tristeza parecía colarse entre las sábanas. Yo, sostenía un vaso con agua, fría, como tu piel, como tu mirada. Con la nostalgia de quien pierde lo que quiere, de quien cae en el intento; sentir sobre sus hombros el peso de la desgracia, la injusticia.

Y te vi sufrir. Con cada suspiro le robabas vida al viento; una fortaleza vencida, un desgarro marcado, una herida imborrable y el reflejo de dolor en tu mejilla. Tus ojos mojados, tu tristeza palpable; y el ruido de tu corazón ensordecía el cuarto, como queriendo salir, como queriendo hablar; podía sentirte viva, tan despedazada y adolorida; tan cansada. Luego de tantos golpes, la vida se convertía en una cuesta empinada, un sacrificio sin sentido.

Yo, sosteniendo aquel vaso con agua, te miraba, fijamente, con impotencia de no poder limpiar tus lágrimas, de verte golpeada, de ver como borrabas tus sueños con palabras, con gestos; incluso pensamientos, ideas poco claras que se quedan en aquella tarde de Noviembre, cuando todo cambió, cuando un poco de ti murió. Y pude escuchar, pude oler; como descubriendo secretos en el ayer.

Un aroma de café, el descanso de la eternidad, un simple olvido del destino y poner a jugar a la suerte. Un sonrisa que se recuerda, palabras formando oraciones: arquitecto de ilusiones. Como la flor que pinta un cuadro, como el sol que enciende las mañanas; como el viento buscando bailar con las hojas secas. Aroma de café, tierno y constante; efímero e incongruente; dulce y tan amargo. Aroma de café, de aquellas tardes de compartir, de reír; de aprender a vivir.

Una taza, caliente, y aroma de café. Un abrazo al frío de tus manos, a la sequedad de tu cuerpo. Un olor de memorias, de recuerdos. Un colador de ilusiones que sea capaz de cambiar tus emociones. Un simple aroma, y yo, sosteniendo aquél vaso con agua, buscaba un atajo a tu sonrisa, una manera de que sintieras brisa en el encierro de tu mente, en la agonía del presente. Por eso tuve la idea de que recordaras, de que sonrieras.

Y con un recuerdo, limpiar tus lágrimas, borrar tu tristeza. Con el café, ese aroma que te enamora, que te hace soñar. Como aquella tarde cuando aprendiste a caminar, y seguías mis manos en el aire, como pretendiendo alcanzar tus metas; como cuando empezaste a hablar, como cuando te caíste y te volviste a levantar. Como tantas mañanas cuando conversamos en la terraza, y tus ojos, delicados y preciosos, me recordaban cada una de mis razones de vivir.

La misma taza de café que tomamos tantas veces y en tantos momentos. Desde niña hasta mujer; y en cada momento compartimos sonrisas y palabras; memorias que se anclan al recuerdo, a tu memoria, y ahora que sufres, ahora que lloras, ahora que el mundo se te complica, busco atrapar una sonrisa en tus labios, la alegría que mereces y por la que has luchado. Una taza de café que caliente tu corazón; y el aroma...el mismo que te llena de ilusión, que te motiva a soñar, a luchar; y seguir a pesar de fallar.

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