Porque a pesar de que la soledad machaca mis sentidos como martillo que lastima, que hiere con la crueldad que guarda la indiferencia al pasar, yo mantengo firme la idea de que por el corazón se tiene que luchar. Hay muchas formas de comprender el movimiento de una estrella fugaz y cómo de repente parece que deja de existir, pero solo hay una manera de leer en su polvo estelar las palabras que recitan la forma coherente de amar.
No vale simplemente decir, porque sería quedar en la antesala del hacer, donde demuestras con cada centímetro de tus sentidos aquello que le da rienda suelta a tu imaginación; una iniciativa que se convierte en el pasillo de la certeza, tan justa y necesaria en momentos donde las mentiras se regalan en todas las esquinas.
Recuerdo muchas tardes que miraba fijamente el paisaje, y trataba de gritarle al viento lo que sentía, plasmando palabra tras palabra en un hoja de papel y al terminar le permitía al viento llevarse consigo mis pensamientos. Era un ejercicio que relajaba mi mente, se fue convirtiendo poco a poco en la manera más exacta de permitirle a mis ideas empaparse de constancia.
Duele, realmente duele ver que no eras la persona que parecías ser. Creo que lo que más golpea es el hecho de que no consigo tejer las líneas que atan un sentimiento sin nacer, busco y por más que busco no encuentro dónde dejaste perdidas aquellas palabras del ayer, donde me decías con la seguridad del amanecer que me querías a tu lado, que no me dejarías ir.
Ahora no queda más que seguir, encontrar el camino que me aleja de ti. A pesar de que guardo en un rincón de mi memoria las fotos que congelan la imagen de tu amor, tengo por cierto que el tiempo y la distancia me permitirán abandonar esta carga; doy fe de que no existe mayor decepción en esta vida que destapar una cruel mentira, y de la mano con las falsas palabras fuiste preparando sin piedad la muerte de este amor; heridas de ilusión que cultivaste en mí, veneno y traición.
Puede que la nostalgia llegue, y me encuentre tan desolado, tan vulnerable. Puede que la tristeza no se apiade de mí y me devore como presa en desamparo. Pero la vida, en sus vueltas inciertas, con un destino empadronado en la consciencia de los cielos, se comprometió en el pasado a crear un pilar de fortaleza, uno que me permite respirar con fuerza, porque sé, y tengo plena confianza en que hacer bien las cosas es una manera de sembrar alegría.
Ahora todo parece caer, cada pequeña pieza de este lego sin final se desacomoda en lo temporal de la circunstancia. Y entiendo, leyendo entre líneas, que muchas veces intentamos apurar lo que no se debe apresurar, obligamos a ciertos sentimientos a expresarse sin querer; cada rompecabezas debe ser desarmado cuando la última pieza no entra, para encontrar la forma distinta de hacer que las cosas calcen naturalmente; podemos forzar situaciones para que entren en nuestras pretensiones, pero definitivamente ese nunca va a ser el mejor resultado.
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