Muchas veces, a pesar de lo mucho que intentemos dejar nuestro dolor atrás y que los malos momentos se vayan por la cañería del olvido, sencillamente el peso y la grandeza del sufrimiento o la preocupación se convierten en rasguños provocados en lo más sensible de nuestra vida.
Ese sentimiento de impotencia, de frustración antes ciertos eventos se pueden calificar en dos básicamente: aquellas cosas que ya pasaron, y nos provocan dolor, son eventos del pasado que sencillamente nos toca aceptar y tomar la decisión de continuar por algún camino distinto, o aprender a vivir con el sufrimiento; y por otro lado está el dolor o la preocupación de aquellas cosas que sabemos que van a pasar, y esa certeza se convierte en el desgarro de la paz que se debería de tener en la vida.
Ambos dolores tienen por común denominador momentos de tristeza y angustia, donde la luz del sol y el silencio de cada noche son como el fango que nos dificulta cada paso que intentamos dar para salir de la crisis. Y como en el fango, la desesperación se conjuga casi de manera perfecta con la chicha y el enojo.
Ante tales situaciones (que son tan normales en la vida como respirar) tenemos otras opciones y decisiones que tomar. Muchos toman la forma más fácil de arreglar el problema, que podría ser meter la cabeza en el agua de la depresión y poco a poco ir consumiendo los segundos de la vida, como quién desprecia el regalo de Dios; otros, los más fuertes y positivos, ven este tipo de crisis como una oportunidad. Oportunidad de hacer una "pausa" en la vida, y analizar cada detalle de ella, para determinar donde posiblemente están las goteras, goteras que tal vez hoy no vayan a afectar, pero en épocas de lluvia sí. Oportunidad para conocernos más, para acordarnos más de nosotros y aprender a querernos, incluso en la soledad. Y por supuesto, oportunidad para recordar que Dios es lo único en la vida que jamás nos va a fallar ni a faltar y que su inmensidad nos debe de llenar.
Incluso es una buena oportunidad para empezar de cero. Se puede empezar de cero por decisión propia o porque las circunstancias sencillamente no dan otra alternativa. Aquí es cuando uno da gracias por ser animales de costumbres, y podemos adaptarnos a cualquier cambio que se nos presente. Una vez más, solo si uno tiene una actitud dispuesta a esto.
Algunas personas se sienten solas; otros sienten que la vida es muy injusta; algunos piensan que el dolor de perder a quién se ama es más grande que el amor hacia nosotros; ciertas personas lo pierden todo cuando el fuego acaba con su hogar; unos sufren el dolor de una muerte. Y podría seguir escribiendo tantas fuentes de dolor que alimentan este mundo del que somos parte.
Pero no se trata de eso, se trata de saber que aún cuando la vida nos enseña su rostro más desagradable, y cuando las circunstancias todas, poco a poco se nos van poniendo en contra una tras otra; aún en ese momento la fe y la esperanza deben de prevalecer. De una u otra forma todo va a estar bien. Ya sea porque el problema se solucione, o porque se tome un camino distinto que nos permita comenzar de cero, y volver a forjarnos como personas.
Entonces, cuando nos sintamos solos, dolidos, decepcionados, angustiados, engañados, menospreciados, frustrados...es un buen momento para cerrar los ojos, respirar profundo, y susurrarle a Dios al oído nuestra angustia...y Él en su grandeza nos escuchará y nos regalará calma y paz.
Ayer, en medio de cipreses muy altos, que tenían ese olor delicioso tan únicos de ellos, en medio de una neblina que no dejaba ver claramente el tope de los árboles, me arrodillé. Cerré los ojos y susurré a Dios, con las manos en la tierra delicadamente bañada por las gotas que se dejaban caer del cielo, y le pedí que me ayudara con la angustia que me quita la paz al dormir. Y al abrir los ojos, toda la neblina que había en el lugar se había ido; sencillamente me erizé, y me di cuenta de que Dios me estaba respondiendo a través de la naturaleza; y sonreí.
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