He visto tantas personas llorar en lugares tan distintos. Cada llanto es un sentimiento diferente y en cada lágrima se deshidrata un poco el dolor de cada persona. Es un acto tal vez tan normal, pero a la vez tan profundo. Porque llorar es entrar en contacto con un sentimiento extremo que se desahoga en lágrimas.
Todos tenemos tantas razones para sufrir y para llorar que muchas veces se convierten en una nube que no nos permite ver más allá del dolor. La tristeza, la soledad, el desamparo, la decepción; todos en conjunto son aliados del llorar y compañeros de nosotros durante toda la vida. Y cuando lloramos somos lo vulnerables que necesitamos ser para llamarnos personas con sentimientos.
En cada atardecer lluvioso hay personas que se hunden en su propia tristeza y el dolor es como una telaraña que no les permite soltarse. Esa congoja y frustración que empaña la vista de los que sufren, es la misma que todos hemos sentido en tantas situaciones diferentes en nuestra vida, y que tenemos por certeza que seguiremos sintiendo durante el resto de la vida.
Pero vivir jamás sería lo mismo sin cada lágrima que dedicamos. Sin cada atardecer donde nos rendimos ante el dolor de un sufrimiento que empujó nuestros sentimientos hasta pegar con alambres de púas. Aquél desgarro del dolor tan puro que sentimos cuando perdemos a un ser querido. Y cada mañana jamás sería lo mismo sin cada noche que la desvista; y gracias a la noche y su oscuridad valoramos cada belleza del amanecer y su calor.
Y siempre hay que tener presente la ecuación de la sonrisa: por cada lágrima, dos sonrisas. Y esto se logra con actitud positiva ante cada instante de dolor. Entre más fuerte lloremos, mayores van a ser las carcajadas que tengamos.
Al final, las sonrisas nos hacen jóvenes. Y para los que dicen que sonreír arruga la cara; son arrugas de felicidad, y por cada arruga que tenga bendeciré cada sonrisa que dí. Y entonces los momentos malos y de tristeza profunda tal vez sean más llevaderos, por tener la certeza de una brisa fresca cada mañana!!
Todos tenemos tantas razones para sufrir y para llorar que muchas veces se convierten en una nube que no nos permite ver más allá del dolor. La tristeza, la soledad, el desamparo, la decepción; todos en conjunto son aliados del llorar y compañeros de nosotros durante toda la vida. Y cuando lloramos somos lo vulnerables que necesitamos ser para llamarnos personas con sentimientos.
En cada atardecer lluvioso hay personas que se hunden en su propia tristeza y el dolor es como una telaraña que no les permite soltarse. Esa congoja y frustración que empaña la vista de los que sufren, es la misma que todos hemos sentido en tantas situaciones diferentes en nuestra vida, y que tenemos por certeza que seguiremos sintiendo durante el resto de la vida.
Pero vivir jamás sería lo mismo sin cada lágrima que dedicamos. Sin cada atardecer donde nos rendimos ante el dolor de un sufrimiento que empujó nuestros sentimientos hasta pegar con alambres de púas. Aquél desgarro del dolor tan puro que sentimos cuando perdemos a un ser querido. Y cada mañana jamás sería lo mismo sin cada noche que la desvista; y gracias a la noche y su oscuridad valoramos cada belleza del amanecer y su calor.
Y siempre hay que tener presente la ecuación de la sonrisa: por cada lágrima, dos sonrisas. Y esto se logra con actitud positiva ante cada instante de dolor. Entre más fuerte lloremos, mayores van a ser las carcajadas que tengamos.
Al final, las sonrisas nos hacen jóvenes. Y para los que dicen que sonreír arruga la cara; son arrugas de felicidad, y por cada arruga que tenga bendeciré cada sonrisa que dí. Y entonces los momentos malos y de tristeza profunda tal vez sean más llevaderos, por tener la certeza de una brisa fresca cada mañana!!
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