miércoles, 19 de mayo de 2010

Humanidad..


Sería interesante determinar en que punto de nuestro desarrollo y evolución perdimos aquel sentimiento que nos hacía ser nosotros. Aquél sentimiento que iba a ser capaz de mantenernos unidos como raza, como habitantes de un patio común, patio con final. En qué momento dejamos atrás la única herramienta que hoy nos habría alejado de tantas indiferencias e injusticias.

Y es que fue en ese momento exacto donde el hombre, como ser vivo perdió muchas opciones para sobrevivir las tempestades del mundo; aquellas que descobijan las mañanas de sopresa, y que han acabado con cualquier rastro de huella en el mundo. Fue en el momento en que dejamos ir ese sentimiento que permitió que el ser humano respondiera con patadas una caricia.

Pues dejar atrás aquello que nos hacer ser nosotros es dejar nuestra identidad en un pasado sin retorno, que se oculta entra las páginas de un libro; lecturas que empañan y nublan la retrospectiva de un hoy que es carcomido por los errores del pasado. Porque abandonar el sentimiento, fue abandonar nuestra colectividad que en algún momento fue factor básico y esencial de nuestro día a día.

Sencillamente hemos perdido el rastro de nuestra cultura como humanos, y entre cada guerra y entre cada límite de países se han borrado las palabras escritas por el planeta. Planeta que sufre y padece las enfermedades de un mal que lo habita. Un virus que poco a poco mata más y más celulas de un organismo dañado y colapsado. Una enfermedad sin cura; pero con remedio.

Un remedio que puede llegar tarde, pero llegar. Un sueño casi perdido entre las ramas de los árboles, y que se escurre entre el caudal de los ríos; un deseo que nace en el paisaje del amanecer y que sonríe en cada atardecer; una ilusión que descansa en una ola sobre el mar y vacila corriendo por el desierto; un espejismo con apariencia de sonrisa que se confunde con el sentir de la brisa.

Pero mientras muere de sed una naciente de río, se desborda de codicia una torre de petróleo, y envenena y ensucia el azul del océano. Y el poder tapa con su mano la boca de los que luchan, por ese sentimiento perdido en el pasado incierto del ser humano, y escarba dentro de sí, hasta topar con él, y adueñarse, y hacerlo renacer. Pero el ruido de las monedas en el pantalón ensordecen los oídos del mundo.

Solo algunos nacen con ese don que les permite mantener a flote el sentimiento del que tanto hemos olvidado, y que hasta ahora no hemos mencionado. Solo algunos dejan las palabras a un lado para dar paso a los hechos, y con sus manos cambiar el mundo. Y es el mundo, la vida y el humano completo y sincero que vive oculto en cada uno de nosotros el que escucha y atiende el llamado del dolor.

Solo pocos dedican su tiempo para buscar entre escombros el sentimiento moribundo que yace en el fondo de un edificio caído; en la madera de una casa quemada; en el llanto de una madre desconsolada; en el aullido de un animal atrapado; en la soledad de un anciano abandonado; en la tristeza de un niño huérfano; en la desesperación de una familia sin hogar.

Humanidad. Sentimiento que nos hace ser sencillamente lo que deberíamos de ser. Que nos hace renacer en vida para cultivar felicidad y cosechar sonrisas en las personas que más lo necesitan. Sonrisas que como reacción instantánea nos harán desbordar en carcajadas y alegría. Alegría del alma, que sí nos llevamos en el espíritu; no billetes sin valor en el juicio de la vida.

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