martes, 12 de octubre de 2010

El Sol.


Aquella parecía ser una mañana normal. Bastante parecida a un par de sueños que tuve atrás en mi infancia. Creo que el Sol regalaba sorpresas de oro en cada rostro, y las flores le ponían perfume a cada sonido de los pájaros recién despiertos. Todo estaba listo, incluso tenía mi mente repleta de ansiedad, sabía que era importante tener bien abiertos los ojos.

La mañana iba avanzando, y poco a poco se fue empapando de un poco de misticismo con una pincelada de fantasía. Me topé de repente con una gran incertidumbre que le hacía cosquillas inquietas a mi sentido de terquedad. Pero simplemente no entendía, al menos no en ese momento. El Sol seguía subiendo, seguía calentando cada rincón al que llegaba, de hecho, calentó el frío de mis manos, el mismo que sentí justo cuando terminé de tomar el baño.

Una leve sensación de insatisfacción me rodeó por instantes, pero no duró más de lo que dura un pensamiento en olvidarse. Pasados varios minutos, me encontré con el paisaje colorido; muchos verdes jugando con el celeste. Todo parecía tan vivo, incluso el asfalto tenía algo de sentido. Distracciones típicas de ambientes que dejan lo natural para otro momento, pero ante todo prevalecía esa sensación como de arrebato de alegría; el humor de un sentimiento que aún desconocía.

Pensé por instantes que llegaríamos a confundirnos con la nitidez del cielo. Y al sentir la brisa fresca como abrazaba cada centímetro de mi cuerpo, comprendí que esto no era para nada una ilusión. Sin embargo, guardaba similitud con uno de aquellos sueños, ¿recuerdas? Uno de los que empezaron exactamente como inició este día; el mismo Sol parecía reír mientras se escondía detrás de un par de nubes inquietas.

Poco a poco los colores se opacaron, y sentí por primer vez este impulso insostenible de pintar aquél cuadro. Me imaginé por un instante sentada en estas rocas, escuchando tantas historias que tienen que contar. Repasar en aquella frescura mi deseo por conocer los secretos que se olvidan cuando se aprenden a obviar.

Escuchaba tan claramente aquél silencio tan extraño, pues parecía que entre los ecos se perdía la melodía de un par de animales jugueteando en aquél inmenso lugar. En medio de todo esto, escuchaba un sonido que se podía confundir con el constante latido de un corazón; por primera vez en mucho tiempo llegué a sentir que me encontraba muy cerca de mí, y en cuestión de segundos tuve miedo y euforia.

No era aquella una idea totalmente loca, pero tal vez un poco absurda. Pensar que podemos colorear todo aquello que le falte color, imaginar por un instante que podemos ser parte de una linda ilusión; sentir que tenemos el ánimo de salir a correr y que nuestros gritos reboten en un eco de felicidad; abrir nuestros ojos y permitirnos ser parte de una idea real, un juego de azar donde cada noche se escurra el dolor y se drene para siempre todo tipo de rencor y que a la mañana siguiente, justo como esta misma mañana, el Sol se ocupe de sanar toda cicatriz que queremos dejar atrás.

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