Hoy llegué aquí.
Me habló el silencio que hay en mí. Fue como el retrato de mi alma. El cuarto estaba oscuro, como arrepentido de cosas que han pasado y que mi mente no podría ni imaginar.
Entre el silencio distingo un grito. Es una voz de una mujer, y dice números. Números que no logro entender. Sólo números.
En el centro de este cuarto: una mesa, una silla, una lámpara, 6 hojas, un lápiz viejo y un sobre con remitente. Un tarro que en vez de tinta tenía ideas; y un borrador que en vez de palabras borraba recuerdos.
Me sentí mareado, como adormecido; como cuando uno toma pastillas para dorimir. En medio de tanta confusión, y sin saber qué hacer me senté en la silla y miré fijamente las hojas.
Palabras empezaron a brotar en las hojas, y desaparecían. Me di cuenta que eran pensamientos que iban y venían.
Entonces calqué pensamientos, y eso se iba convirtiendo en esta carta de ideas escasas, vacíos repletos de nostalgias, desbordante de melancolía y recuerdos.
Aplacar el dolor era simple. Escribir para el remitente del sobre era como un dictado del corazón, un exámen de la conciencia para encontrar la razón que había perdido hace un tiempo, cuando caminaba por un bosque y dejé caer algo al suelo.
Algo que ya olvidé qué era.
Y que con estas cartas pretendo recordar.
Me habló el silencio que hay en mí. Fue como el retrato de mi alma. El cuarto estaba oscuro, como arrepentido de cosas que han pasado y que mi mente no podría ni imaginar.
Entre el silencio distingo un grito. Es una voz de una mujer, y dice números. Números que no logro entender. Sólo números.
En el centro de este cuarto: una mesa, una silla, una lámpara, 6 hojas, un lápiz viejo y un sobre con remitente. Un tarro que en vez de tinta tenía ideas; y un borrador que en vez de palabras borraba recuerdos.
Me sentí mareado, como adormecido; como cuando uno toma pastillas para dorimir. En medio de tanta confusión, y sin saber qué hacer me senté en la silla y miré fijamente las hojas.
Palabras empezaron a brotar en las hojas, y desaparecían. Me di cuenta que eran pensamientos que iban y venían.
Entonces calqué pensamientos, y eso se iba convirtiendo en esta carta de ideas escasas, vacíos repletos de nostalgias, desbordante de melancolía y recuerdos.
Aplacar el dolor era simple. Escribir para el remitente del sobre era como un dictado del corazón, un exámen de la conciencia para encontrar la razón que había perdido hace un tiempo, cuando caminaba por un bosque y dejé caer algo al suelo.
Algo que ya olvidé qué era.
Y que con estas cartas pretendo recordar.
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