viernes, 10 de septiembre de 2010

Carta 4


Desligando recuerdos de momentos en líneas de tiempo, inmerso en una piscina tan grande como este dolor que siento; siento que ahogo en mi piel los sinsabores que me ha dejado sus acciones.

Siempre supe que los charcos en las calles eran océanos gigantes para las hormigas, por eso en realidades duermo para aplacar mi desconsuelo en las tribulaciones de un avión que vuela sin sentido.

O con todo sentido más bien, y se dirige allá, justo donde el sol muere por las tardes, en el mismo lugar donde hoy está lo que perdí, debajo de un arcoiris que surca el mundo entero.

Ábacos, pañuelos, cinceles, recuerdos encima de anaqueles. Escombros, alambres y una que otra cigüeña nadando por los lagos con glaciares de mundos y lugares irreales.

Silencio, que cuando hablo hay un vacío, en mis palabras que sienten el frío y la inmaculada propuesta de un gallo con cresta, que por las mañanas se achica en bendiciones y cilindros.

Al luchar y medir los kilómetros de distancia en este mundo inverso, invicto sale ganando la amargura que se acomoda en los charcos y los mares para algunos.

Por eso las hormigas son tan molestas, cuando buscan en lo ducle algo que les cure la soledad y la dureza de las pieles sin cereza que devoran la nobleza de un animal y sus mañas.

En fin, recito los delirios de la mente cuando se empapa de recuerdos en las profundidades de los pensamientos.

Y entre más hondo me meto, menos siento que puedo. Porque cuando más profundo nadamos, más díficil salirnos de las mareas que engañan y atrapan a aquellos que en el agua se duermen.

Dejo el lápiz caer de la mesa, y apago la lámpara.

El día ha sido duro y aún no consigo nada.

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