miércoles, 8 de diciembre de 2010

Deseos.


Juzgo por ciertas razones que cuando inventas, sientes que creas realidades paralelas, a veces inversas, para confundir a cualquiera. No creo que seas capaz de olvidar que un tiempo atrás compartí una noche con el cielo estrellado, y vi tantas estrellas fugaces que sentí desbordados mis deseos; los mismos que hoy me tienen así, tan terco, tan necio.

Una que otra vez me senté al lado de aquél árbol, buscando ese calor que nunca sentí; o que sentí tan poco que el recuerdo de un abrazo se desvanece en mi memoria. Son los eventos que marcan momentos muy sensibles al paso del tiempo. Quisiera una vez más, poder oler el fresco olor del zacate al amanecer. Escuchar los gemidos de la Tierra que encuentran escape en el desván de la vida.

Cómo pretender que serías capaz de darle movilidad a mis sentidos, un tanto dormidos; y que hoy, luego de tanta bulla, vuelven para quedarse tatuados en mi piel. Para recordar que hace un tiempo atrás me hiciste una promesa; promesa que como todas nunca cumpliste. Ahora, las heridas son la prueba más evidente, de que un tiempo estuviste en mi mente.

No es tan fácil como repartir con abrazos, caricias. Es realmente comprender que la nostalgia y el dolor de dejar atrás al amor, es el más díficil proceso de llevar en la vida. Puedes pedirle a una estrella fugaz, ese deseo profundo que te quita la paz. Pero es más fácil pedirle al Sol calor, y ahorrarte en el proceso muchísimo dolor.

No hablo por todos; pero sí por la mayoría. Aquellos que gastamos fuerza en un destino incierto, y empeñamos hasta el último de nuestros suspiros por darle forma al futuro. Solo así somos capaces de sacarle brillo a la terquedad; la que no diferenciamos con la estúpida necedad. Si quieres, puede leer mis labios, para entender en estas líneas cada detalle del que te hablo.

No creo que sea imposible. A veces me cuesta creer que detrás del cielo oscuro hay millones de estrellas iluminando el camino. Pero es cuestión de paciencia, pues cada noche, mientras duermes, existe al menos un segundo donde todo el cielo se despeja; y esa es la caricia de Dios, que en su misterio nos regala instantes de emoción. Son esos los momentos donde sientes que todo tiene sentido, incluso el más grande dolor que jamás hayas percibido. Recuerda siempre que la noche no es eterna...y al final, siempre llega el amanecer.

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