Era el típico lugar donde jamás pensé que iba a estar. De repente estaba ahí. Un mar de pensamientos y reflexiones ahogaron mi mente, y fue difícil luchar contra todos ellos. Aquella luz con ritmo, aquél olor desagradable, la oscuridad obvia en la que se estaba; como quienes quieren esconder su moral bajo la sombra parpadeante.
No es cuestión de superioridad moral. Aquí realmente se aplica "el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra". Y porque básicamente en la posición del juzgador es lo más sencillo hacerlo: lanzar la primera piedra. Porque desde esa perspectiva se ve mucho más grande la paja en el ojo del otro que el tronco de madera frente de nosotros.
Sin embargo, no es ningún secreto (y el que me diga que no estoy en lo correcto, lo quisiera escuchar bien fundamentado en su argumento) y no se trata, obvio está, de generalizar. Es sencillamente una realidad que vivimos actualmente: "la verdad no peca, pero incomoda". Y por supuesto, incomoda al que le incumbe; incomoda al que le aplica. Así que, sin ánimos de jugar de juzgador, ni de moralmente superior, sencillamente con la idea de recalcar una realidad es que escribo todas estas palabras. Sin embargo, con un poco de picante en este plato de conversación: al que le cae el guante...que se lo plante.
Vivimos una época de abundancia en muchas cosas que poco valor tienen. Existe mucha plata, derrochada en unos pocos; existe muchos alimentos; repartida en los mismos pocos; existe mucha tierra, que el hombre se encargó de privatizar y dejar a millones de personas sin un espacio donde vivir. A pesar de que sobran tantas cosas injustas en este mundo, hace falta lo que es más importante en la vida: valores.
Los valores poco a poco han pasado a ser como los televisores a blanco y negro: antigüedades sin mayor relevancia en el mundo actual por la cantidad de nueva tecnología y formas más interesantes de entretenernos. Son como los pañuelos que todos nuestros abuelos se ponen en la bolsa de atrás de los pantalones; o como pedir la mano de la novia a los padres; o como salir a jugar a la calle: sencillamente son cosas del pasado, y que el tiempo ha convertido en irrelevante su función en el mundo.
Paso a paso, los valores han pasado por una serie de filtros, manejados por las nuevas modas y formas de diversión y entretenimiento que el hombre ha consagrado como estilos de vida (erroneamente) relevantes y como puntos de partida para todo aquél que pretenda, si acaso, ser parte de una masa global que funciona casi con un cerebro común; mentes practicamente manejadas consciente y subconscientemente por las tendencias sociales que son los mandamientos de una juventud con amnesia.
Hoy, lo importante no es conocer a la persona que uno quiere amar el resto de su vida; extrañamente lo importante ahora es disfrutar sin control, sin ataduras; disfrutar cada noche tapando con una cobija de engaño todos los sentidos que conduzcan a actuaciones morales, basadas en principios y convicciones que realmente tenemos. De esta forma, una vez que pase el momento donde nos fallamos a nosotros mismos; es decir, a la mañaa siguiente, nos quitamos esa cobija y como quien dice "aquí nadie vió nada". Los recuerdos parecen parquear en una zona de olvido instantáneo; más que todo en una forma de defensa de la mente para no tener el momento incómodo de discutir con la consciencia; ese famoso Pepe Grillo que debería de poner contra la pared cada una de nuestras actuaciones y servir de advertencia de que hay algo mal, que hay que tenerlo presente y, lo más importante, que hay que hacer algo para que eso deje de pasar.
Hay que tener cuidado. Las personas que deciden vivir confundiendo la diversión con la falta de valores, va a llegar un momento de la vida donde muy probablemente se den cuenta de que eso no era lo más importante realmente; y tal vez en ese momento sea muy tarde para recuperar muchas cosas que dejaron en el pasado por escoger otro estilo de vida.
Si bien es cierto que no todas las personas tienen este "modus operandi", casi me atrevo a decir que (tristemente) una mayoría si lo hace. Ojo, jamas estoy diciendo que lo que digo es santa palabra, ni estoy creyendo que soy una persona moralmente superior con la potestad de juzgar, no. Sencillamente estoy pasando el marcador sobre un reglón de un libo que ya está escrito; un libro sobre la realidad de nuestro tiempo; un libro sobre el olvido de los valores en este mundo.
Muchas cosas se pueden explicar como consecuencia de este alejamiento de la sociedad con los valores reales y generales que deberíamos de tener. Hablo de valores que principalmente se podrían resumir (personalmente) en uno solo: respeto. Porque el respeto es como la cabeza de un pulpo; y cada uno de sus brazos es la derivación de otro valor. Porque cuando me respeto a mí mismo, procuro a cada instante no fallarme; al no fallarme a mí me hace menos propenso a fallarle a las personas que me quieren. Ya con solo eso, estaríamos ahorrandonos la mitad del sufrimiento, causas de suicidios y depresiones que experimentan las personas cuando sienten el dolor que provoca la decepción cuando alguien nos falla.
Al fin y al cabo es más sencillo de lo que parece. No hay que hacer mucho esfuerzo, y es un trabajo que se hace uno a uno entre todos. No creo que estemos a las puertas de un Sodoma y Gomorra; tampoco creo que estemos en un punto de no reversa. Siento que todavía estamos todos a tiempo de descubrir las cosas realmente importantes en este mundo; todo aquello que nos vaya a dejar algo qué llevarnos en el espíritu una vez dejemos este lugar. Algo que nos haga sentirnos orgullosos, con esperanza de un mejor lugar dónde vivir.
Y todo esto, obvio está, aumentaría de forma exponencial la cantidad de sonrisas entre todos nosotros, y eso es el objetivo de todo en esta vida, ¿no?
No es cuestión de superioridad moral. Aquí realmente se aplica "el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra". Y porque básicamente en la posición del juzgador es lo más sencillo hacerlo: lanzar la primera piedra. Porque desde esa perspectiva se ve mucho más grande la paja en el ojo del otro que el tronco de madera frente de nosotros.
Sin embargo, no es ningún secreto (y el que me diga que no estoy en lo correcto, lo quisiera escuchar bien fundamentado en su argumento) y no se trata, obvio está, de generalizar. Es sencillamente una realidad que vivimos actualmente: "la verdad no peca, pero incomoda". Y por supuesto, incomoda al que le incumbe; incomoda al que le aplica. Así que, sin ánimos de jugar de juzgador, ni de moralmente superior, sencillamente con la idea de recalcar una realidad es que escribo todas estas palabras. Sin embargo, con un poco de picante en este plato de conversación: al que le cae el guante...que se lo plante.
Vivimos una época de abundancia en muchas cosas que poco valor tienen. Existe mucha plata, derrochada en unos pocos; existe muchos alimentos; repartida en los mismos pocos; existe mucha tierra, que el hombre se encargó de privatizar y dejar a millones de personas sin un espacio donde vivir. A pesar de que sobran tantas cosas injustas en este mundo, hace falta lo que es más importante en la vida: valores.
Los valores poco a poco han pasado a ser como los televisores a blanco y negro: antigüedades sin mayor relevancia en el mundo actual por la cantidad de nueva tecnología y formas más interesantes de entretenernos. Son como los pañuelos que todos nuestros abuelos se ponen en la bolsa de atrás de los pantalones; o como pedir la mano de la novia a los padres; o como salir a jugar a la calle: sencillamente son cosas del pasado, y que el tiempo ha convertido en irrelevante su función en el mundo.
Paso a paso, los valores han pasado por una serie de filtros, manejados por las nuevas modas y formas de diversión y entretenimiento que el hombre ha consagrado como estilos de vida (erroneamente) relevantes y como puntos de partida para todo aquél que pretenda, si acaso, ser parte de una masa global que funciona casi con un cerebro común; mentes practicamente manejadas consciente y subconscientemente por las tendencias sociales que son los mandamientos de una juventud con amnesia.
Hoy, lo importante no es conocer a la persona que uno quiere amar el resto de su vida; extrañamente lo importante ahora es disfrutar sin control, sin ataduras; disfrutar cada noche tapando con una cobija de engaño todos los sentidos que conduzcan a actuaciones morales, basadas en principios y convicciones que realmente tenemos. De esta forma, una vez que pase el momento donde nos fallamos a nosotros mismos; es decir, a la mañaa siguiente, nos quitamos esa cobija y como quien dice "aquí nadie vió nada". Los recuerdos parecen parquear en una zona de olvido instantáneo; más que todo en una forma de defensa de la mente para no tener el momento incómodo de discutir con la consciencia; ese famoso Pepe Grillo que debería de poner contra la pared cada una de nuestras actuaciones y servir de advertencia de que hay algo mal, que hay que tenerlo presente y, lo más importante, que hay que hacer algo para que eso deje de pasar.
Hay que tener cuidado. Las personas que deciden vivir confundiendo la diversión con la falta de valores, va a llegar un momento de la vida donde muy probablemente se den cuenta de que eso no era lo más importante realmente; y tal vez en ese momento sea muy tarde para recuperar muchas cosas que dejaron en el pasado por escoger otro estilo de vida.
Si bien es cierto que no todas las personas tienen este "modus operandi", casi me atrevo a decir que (tristemente) una mayoría si lo hace. Ojo, jamas estoy diciendo que lo que digo es santa palabra, ni estoy creyendo que soy una persona moralmente superior con la potestad de juzgar, no. Sencillamente estoy pasando el marcador sobre un reglón de un libo que ya está escrito; un libro sobre la realidad de nuestro tiempo; un libro sobre el olvido de los valores en este mundo.
Muchas cosas se pueden explicar como consecuencia de este alejamiento de la sociedad con los valores reales y generales que deberíamos de tener. Hablo de valores que principalmente se podrían resumir (personalmente) en uno solo: respeto. Porque el respeto es como la cabeza de un pulpo; y cada uno de sus brazos es la derivación de otro valor. Porque cuando me respeto a mí mismo, procuro a cada instante no fallarme; al no fallarme a mí me hace menos propenso a fallarle a las personas que me quieren. Ya con solo eso, estaríamos ahorrandonos la mitad del sufrimiento, causas de suicidios y depresiones que experimentan las personas cuando sienten el dolor que provoca la decepción cuando alguien nos falla.
Al fin y al cabo es más sencillo de lo que parece. No hay que hacer mucho esfuerzo, y es un trabajo que se hace uno a uno entre todos. No creo que estemos a las puertas de un Sodoma y Gomorra; tampoco creo que estemos en un punto de no reversa. Siento que todavía estamos todos a tiempo de descubrir las cosas realmente importantes en este mundo; todo aquello que nos vaya a dejar algo qué llevarnos en el espíritu una vez dejemos este lugar. Algo que nos haga sentirnos orgullosos, con esperanza de un mejor lugar dónde vivir.
Y todo esto, obvio está, aumentaría de forma exponencial la cantidad de sonrisas entre todos nosotros, y eso es el objetivo de todo en esta vida, ¿no?
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