viernes, 16 de julio de 2010

De linajes y antiguos enemigos: Escena V


Escena V

(En un cuarto limpio, con muebles elegantes, Antonio Salges descansa en un sillón. Ojos abiertos, copa en mano, mirada fija mirando hacia la ventana. Pensativo. Un gato completamente blanco se pasea por la habitación, a la izquierda una chimenea encendida.)

Antonio Salges: Triste la época en la que me tocó llegar. Es la afrenta que provocan los actos ajenos en contra de los principios básicos de las leyes de esta vida. Ya lo dijo en su momento un científico de esos, famosos por el vulgo entero: selección natural. Cual proceso cualquiera de evolución, esa es la pretensión que me trae hoy de vuelta a este pueblo que mientras reposan sus cabezas sobre sus almohadas, no son capaces de definir con claridad las necesiadades que hacen de este lugar uno escueto y sombrío. Es hora de que, por entender bien se tenga, aquél que muchas veces confunde, cuando en una tarde de Agosto se recobra la cordura, o se pierde la memoria. Agosto. Tan esperado por unos y tan subestimado por otros. Si tan solo supieran que en sus manos recae los desazones de todo un pueblo. Pero ha sido con el paso de los años, tan mal teñido con los colores del engaño, que si bien es cierto se refutan las funciones, no es el cargo sino las decisiones. Pues la historia ha sido clara, para todo aquél que la tenga presente, no se trata de obedecer sino de saber a qué atenerse. Porque cuando uno de esos que respiran y caminan tienen el poder que, por caído del cielo creen lograr, es cuando ponemos en sus manos las falsas expectativas y los sucios maltratos de seres más peligrosos que los mismos sicarios. No hace falta que el vestir sea raro, o que el pelo esté desordenado. A veces para ser un desgraciado hace falta ser simplemente humano.

(Se levanta, dirigiéndose hacia la barra repleta de botellas de licor, rellena su copa. Toma al gato con su mano libre, y se vuelve a sentar en el mismo sillón, acariciando al gato.)

Antonio Salges: Si por bien servidos se dieran aquellos que muchas veces juzgan y critican los modos de los otros. Si tan solo fuera parte de su envidia el investigar los trasfondos de cada hecho en este mundo, tal vez entenderían que las intenciones sobran y los motivos se desbordan de las copas de los hombres. Y si todo fuera como con los gatos, con tantas vidas sobre sus lomos, entonces quizás seríamos más arriesgados y lucharíamos por las cosas. Porque la muerte es un límite que nos pone la vida, que actúa como barrera en los que tienen falsas esperanzas. Pero cuando una intención vale más que toda una vida, es cuando estamos justo en el momento de encontrarnos con nuestro yo más completo, más entero; y sin nada que perder. Y ese momento, justo cuando no tenemos nada que perder, es que nos sentimos, como este gato en mis regazos, dueños del mundo y sus vueltas. Por eso, y como mi última cabalgada en esta vida, me he permitido, además de respirar, luchar; y no luchar por simples causas perdidas, sino por la dulce complacencia de un sueño de muchos años, que me resuenan en los oídos como gritos desesperados por ancestros y pasados, que hoy en medio de tanto ruido moderno han opacado con sus sombras frías y groseras, de tantas máquinas y banderas.

(Antonio Salges vuelve a levantarse, toma una candela encendida, apaga la chimenea y se dirige, sin soltar al gato, a su cuarto a dormir)


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