lunes, 5 de julio de 2010

Sencillamente le dediqué aquél atardecer!


Y una vez que la marea se calmó, comencé de nuevo a caminar. Procurando poder ver mis pasos. No solo los que iba dando, sino los que posiblemente fuera dar. Y sencillamente por el hecho de que entendí que la arena es engañosa, y juega con los pasos que damos; a veces nos hunde, a veces borra la huella, a veces es fuerte y con forma definida.

De esta forma, aún bajo el sol; aquél necio, incesante, que llenaba mi cuerpo de calor; mis sentidos de incomodidad, seguí aquél camino dibujado en mi mente en busca de nada. Porque cuando no busco nada, encuentre lo que encuentre me voy a sentir sumamante satisfecho.

No se trata de no tener sueños; se trata de saber cuáles tener. No se trata de no tener una ruta predefinida; se trata de saber cuándo hay que cambiarla.

A pesar del viento, a pesar del mar picado; se respiraba inmensa tranquilidad en aquella playa sola; como abandonada por los placeres de la codicia que corrompe los suelos naturales para convertirlos en propiedad privada de ciegos depredadores de las bellezas de Dios.

Fue cuando el sol estuvo justo en el centro del cielo que lo volví a ver. Esperanzado de que en la encandilación encontrara alguna señal que me permitiera tener un poco más de certeza sobre la situación que acongojaba mi situación. Olas y más olas reventando contra las piedras; mismas que ya deben de tener ahí miles de años. Recibiendo golpe tras golpe; aguantando su destino.

Y pensé en si quería aguantar también mi destino. O si existía forma alguna, de convertir mi destino en aquello que yo siempre quise.

Fueron pensamientos que dejaron mi mirada ida en el horizonte. Allá en el fondo del mar, donde parece que el agua toca el cielo y se convierten en uno solo. Exactamente igual de lejano que parecía estar aquella mujer que tantas noches soñé. Con la dificultad de que el calor, y el sol reflejando en el mar pudieran estar jugandome una mala pasada, y convirtiendo realidades en espejismos.

Qué más da. Al final, cuando el sol se ocultó bajo el agua, allá en aquél mismo horizonte, pasó lo que tenía que pasar.

Y de lo lejos venía caminando ella. Tan pura. Tan leal. Tan preciosa. Tan única.

Y mi corazón latía tan rápido como ella corría hacia mí.

Y la abracé.

La besé.

La miré.

Y sencillamente le dediqué aquél atardecer!

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