martes, 27 de julio de 2010

Y sin hablar, te digo tantas cosas




Una gota, caída de la lluvia que se desliza lenta pero segura por la ventana. Aquél aguacero torrencial que hacía estremecer al más imponente árbol sobre el zacate.

Una montaña, sobresaliente allá, en el horizonte casi que oculto por la neblina incesante que se adueña del paisaje, oscureciendo con sus alcances las miradas de los presentes.

El sol, que en intentos muy vanos intentaba entrar por entre las nubes y los árboles; castigo inusual para el que pretende llegar a donde no llegará.

El viento, en su fuerza magistral tratando de romper todo a su paso, con o sin razón, se mueve por todo el lugar, sacando a bailar a las flores en el corral; dulce y precioso ritmo el que le pone.

Una hormiga, tan insignificante y austera. Escondida en la pequeñez de un mundo inferior, donde los sueños tienen color; y la felicidad se tiñe de verde.

Un pájaro, que encuentra el ritmo del viento y pretende ser tan ambicioso como la lluvia que río toca; y sueña que en su recorrido, encontrará de nuevo nube; para volar por los cielos y alejarse de los miedos.

Una rosa, que es la única que pinta el cuadro, con su rojo arriesgado; su aroma placentero. Su belleza casi increíble entre tan pocos sabores; tiñe de bendiciones con sus preciosos colores.

Vos, en el centro, de pie y calmada. Respiración casi imperceptible, corazón latiendo a gran velocidad. Pero en tu rostro se respira calma. Tu mirada fija, y segura. Tus manos relajadas, tu ceño tranquilo.

Yo, tomado de tus manos, con sonrisa en mis labios. Contemplando con mis ojos la belleza de tu rostro. Respirando tu olor, el que me llena de bendición el día. Y sin hablar, te digo tantas cosas. Viéndote te puedo amar; besándote te voy a enamorar.

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