Escena I
(Cuarto de madera vieja; muebles viejos; hacia la derecha un armario carcomido por el comején y con una candela que ilumina tenuemente la habitación; en el centro una ventana abierta por donde entre viento, cortinas blancas; sentado en la mecedora Julián Bernabel tomando un té; a su lado, en la otra mecedora su mujer Lucía Velazquez)
Julián Bernabel: Tengo horas diciendole que por favor me cierre esa ventana que esá entrando mucho frío. (frotandose las manos, ceño fruncido y pulso tambaleante)
Lucía Velázquez: Julián, ¿que no ve que estoy tejiendo? Además usted tiene pies y manos, puede levatarse un momentico a cerrar la ventana.
Julián Bernabel: No pues, muchas gracias. Para eso uno se consigue mujer en esta vida, siempre que uno más la necesita sale con algún discurso herrumbrado por la dureza del tiempo. Ni más faltaba. Toda una vida rompiendo lomo para tener esta casa humilde pero decente, y cuando le pido que me cierre la ventana no puede hacerlo.
Lucía Velázquez: Shh! Silencio...¿escucha eso?
(unas cuadras lejos de su casa, en el silencio de media noche, gritos como de pelea callejera. Se escuchan con eco los ladridos de perros en las casas vecinas, un bebé llorando, y un par de balazos tirados al aire)
Julián Bernabel: Una riña más en medio de la noche. Es que no se sacian los imitadores de luchadores que se ensalsan en la provocación alcohólica que les hace sentirse hombres entre los hombres. Bah! Si son unos patéticos personajes que se creen parte de un juego glorioso que hace fama de los falsos menesteres en pueblos ajenos. Harto me he estado sintiendo de estas visitas al pueblo; mientras uno trata de dormir las penas en la almohada y las cobijas que ni hacen intentos de calentar el frío de las noches, estos ruínes y pordioseros hacen alarde de una hombría que no es más que la cobardía de no aceptar lo que son.
Lucía Velázquez: ¡Cállese! Que si esos hombres entre los golpes logran escuchar lo que dice vendrán a buscarlo. Y no quiero ser yo la que pase en desvelo por las noches curando las heridas que no debieron ser. Simplemente por no controlar el carácter de su apellido.
(Silencio por varios minutos, como tratando de escuchar entre las paredes de madera algún indicio de lo que está pasando allá afuera. Julián se levanta de su mecedora y camina hacia la candela encendida sobre el armario y de un soplo la apaga. Se dirige hacia la ventana y observa sigilosamente)
Julián Bernabel: Mujer, acerquese aquí a la ventana. (moviendo las manos como llamandola) Trate de oír usted, que yo con mi sordera hago más de espectador inútil. ¿Qué estan diciendo?
Lucía Velázquez: Cuesta mucho escuchar...pero creo que lo acaban de mencionar a...¡Dios mío! Pensé que nunca más iba a escuchar ese nombre ser mencionado por alguien en este pueblo.
Julián Bernabel: ¿De quién esta hablando mujer? Deje de ser tan enredadora y dígalo de una vez.
Lucía Velázquez: Antonio Salges.
Julián Bernabel: (rostro preocupado; ojos abiertos, mirada perdida como recordando. Se arrecuesta contra la pared y se deja caer al suelo) ¿Cómo? ¿Por qué de nuevo se hace sentir ese nombre en este pueblo? Bastante mal le ha hecho ese apellido a nuestra gente. Hacía falta ir dejando atrás los rastros de un pasado doloroso y maldito por los gustos y placeres de una familia despreciable. ¡Dios! Ya mi cuerpo esta cansado; mis manos son viejas y usadas; mi espalda no aguanta más una cabalgada. Pero al parecer el destino nos trae una vez más al mismo lugar. Mujer, prepare esta noche su ropa, que nos vamos a ocultar. Nos iremos por aquí cerca. A un lugar donde pueda planear. Tengo que contactarme con Arturo y Eduardo; ellos serán las piezas que yo mueva. Vamos mujer, rápido.
(Julián se levanta del suelo, fuerte y decidido, camina hacia la puerta del cuarto y sale. Lucía, en shock y todavía inmóvil se prepara para comenzar a alistar la ropa lo más rápido que puede. Lucía toma consigo aquella cruz que su esposo siempre cargó durante su vida; la misma que lo acompañó durante la Guerra Civil de su tierra natal)
(Cuarto de madera vieja; muebles viejos; hacia la derecha un armario carcomido por el comején y con una candela que ilumina tenuemente la habitación; en el centro una ventana abierta por donde entre viento, cortinas blancas; sentado en la mecedora Julián Bernabel tomando un té; a su lado, en la otra mecedora su mujer Lucía Velazquez)
Julián Bernabel: Tengo horas diciendole que por favor me cierre esa ventana que esá entrando mucho frío. (frotandose las manos, ceño fruncido y pulso tambaleante)
Lucía Velázquez: Julián, ¿que no ve que estoy tejiendo? Además usted tiene pies y manos, puede levatarse un momentico a cerrar la ventana.
Julián Bernabel: No pues, muchas gracias. Para eso uno se consigue mujer en esta vida, siempre que uno más la necesita sale con algún discurso herrumbrado por la dureza del tiempo. Ni más faltaba. Toda una vida rompiendo lomo para tener esta casa humilde pero decente, y cuando le pido que me cierre la ventana no puede hacerlo.
Lucía Velázquez: Shh! Silencio...¿escucha eso?
(unas cuadras lejos de su casa, en el silencio de media noche, gritos como de pelea callejera. Se escuchan con eco los ladridos de perros en las casas vecinas, un bebé llorando, y un par de balazos tirados al aire)
Julián Bernabel: Una riña más en medio de la noche. Es que no se sacian los imitadores de luchadores que se ensalsan en la provocación alcohólica que les hace sentirse hombres entre los hombres. Bah! Si son unos patéticos personajes que se creen parte de un juego glorioso que hace fama de los falsos menesteres en pueblos ajenos. Harto me he estado sintiendo de estas visitas al pueblo; mientras uno trata de dormir las penas en la almohada y las cobijas que ni hacen intentos de calentar el frío de las noches, estos ruínes y pordioseros hacen alarde de una hombría que no es más que la cobardía de no aceptar lo que son.
Lucía Velázquez: ¡Cállese! Que si esos hombres entre los golpes logran escuchar lo que dice vendrán a buscarlo. Y no quiero ser yo la que pase en desvelo por las noches curando las heridas que no debieron ser. Simplemente por no controlar el carácter de su apellido.
(Silencio por varios minutos, como tratando de escuchar entre las paredes de madera algún indicio de lo que está pasando allá afuera. Julián se levanta de su mecedora y camina hacia la candela encendida sobre el armario y de un soplo la apaga. Se dirige hacia la ventana y observa sigilosamente)
Julián Bernabel: Mujer, acerquese aquí a la ventana. (moviendo las manos como llamandola) Trate de oír usted, que yo con mi sordera hago más de espectador inútil. ¿Qué estan diciendo?
Lucía Velázquez: Cuesta mucho escuchar...pero creo que lo acaban de mencionar a...¡Dios mío! Pensé que nunca más iba a escuchar ese nombre ser mencionado por alguien en este pueblo.
Julián Bernabel: ¿De quién esta hablando mujer? Deje de ser tan enredadora y dígalo de una vez.
Lucía Velázquez: Antonio Salges.
Julián Bernabel: (rostro preocupado; ojos abiertos, mirada perdida como recordando. Se arrecuesta contra la pared y se deja caer al suelo) ¿Cómo? ¿Por qué de nuevo se hace sentir ese nombre en este pueblo? Bastante mal le ha hecho ese apellido a nuestra gente. Hacía falta ir dejando atrás los rastros de un pasado doloroso y maldito por los gustos y placeres de una familia despreciable. ¡Dios! Ya mi cuerpo esta cansado; mis manos son viejas y usadas; mi espalda no aguanta más una cabalgada. Pero al parecer el destino nos trae una vez más al mismo lugar. Mujer, prepare esta noche su ropa, que nos vamos a ocultar. Nos iremos por aquí cerca. A un lugar donde pueda planear. Tengo que contactarme con Arturo y Eduardo; ellos serán las piezas que yo mueva. Vamos mujer, rápido.
(Julián se levanta del suelo, fuerte y decidido, camina hacia la puerta del cuarto y sale. Lucía, en shock y todavía inmóvil se prepara para comenzar a alistar la ropa lo más rápido que puede. Lucía toma consigo aquella cruz que su esposo siempre cargó durante su vida; la misma que lo acompañó durante la Guerra Civil de su tierra natal)
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