jueves, 15 de julio de 2010

De linajes y antiguos enemigos: Escena III y IV


Escena III (Interludio)

(Cuarto completamente blanco y totalmente iluminado por una fuerte luz blanca. De fondo sonidos de mar mezclados con voces y un violín desafinado. Varios minutos se repite lo mismo. De repente paran los sonidos y se apagan las luces. Unos cuantos segundos. Cuando se enciende de nuevo la luz, un niño vestido formal, dado cierta apariencia a ser Julián Bernabel de niño, con un peluche en su mano derecha agarrandolo por la mano. Comienza a sonar todo de nuevo. Y se apaga la luz.)

Escena IV

(En una casa que se nota abandonada hace mucho tiempo ya, con telarañas y cobijas sobre los muebles, entran Julián Bernabel con un saco repleto de papeles y otro con herramientas. Lucía Velázquez carga un pequeño bolso con poca ropa y algunos tejidos incompletos.)

Julián Bernabel: Tal como la dejé hace tiempo. Por qué los inservibles e inútiles ladrones de este pueblo no son capaces de entrar a esta vieja casa que no tiene más carne que una gallina a dieta, pero se esmeran en lograr acabar con los años que el sudor y este dolor de espalda me han permitido llegar a alcanzar lo que hoy, por menos que sea, tengo. Ya quisiera saber que ellos luchen por alguna de sus pertenencias; siempre con la vieja cantaleta de la falta de trabajo en el pueblo. Si tan solo fuera Rey por un día de todas estas tierras, mandaría a decapitarlos uno por uno; empezando por aquellos que en el poder dejan caer las babas de los deseos que hacen fila afuera de lo legal.

Lucía Velázquez: Es que no se cansa, Julián, de vivir usted criticando y enojado con las cuestiones de este pueblo. A toda hora tiene que salir por sus palabras no más que groserías enmascaradas con su pretensión de lo que nunca pudo ser. Lo que nunca luchó por ser. Pero ha de ser la fuerza del destino, y un golpe de suerte para este pueblo, que la vida en sus mañas no le haya dado empuje ni candela a sus intensiones frías y malévolas. Haga mejor usted, y sientese un momento, que si no me va tocar contar por la mañana en una iglesia sus recuerdos.

Julián Bernabel: Mujer. No sé quién en su sano juicio permitió que las mujeres pudieran dar su opinión en temas tan importantes y tan desligados de ustedes. Y ha de ser por eso que no entiende mis motivos, y por supuesto, mis pensamientos. Pero como siempre, algo de razón tiene lo que dice, y sentarme un momento deja de ser simple placer para convertirse en necesidad para mantener latiendo este duro pero cansado corazón. No puede acabar esta vida, que hoy tiene una lucha más que dar. Defender a toda costa los recuerdos de aquella guerra que algunos parecen olvidar; o tal vez pretenden esconderla en algún rincón de sus cabezas, mas el destino se ha conjugado en este hoy descorazonado, para recordar a todos ellos que la libertad nunca ha sido, para este pueblo, un derecho regalado.

(Julián Bernabel toma asiento, con respiración agitada. Toma unos papeles de su saco y algo con qué apuntar. Señala en un mapa dos lugares específicos. Lucía Velázquez recorre con su mirada aquella casa, y mientras camina va limpiando con sus manos ciertos muebles, y descobijando los sillones.)

Lucía Velázquez: Hace tanto tiempo que no venía a esta casa. Me trae tantos recuerdos. Casi puedo oler las sopas que hacía mi mamá. Siempre me ardía la lengua cuando las comía. No podía aguantar, tenía que comer rápido. Era tan deliciosa comida. Y por las noches, mi padre nos contaba cuentos, que muchas veces no me permitían dormir tranquila; pero me hacía imaginar cosas, soñar y crear. Fue ese momento cuando comencé a escribir. Me acuerdo todavía de aquellos poemas que escribí. Tantos cuentos que nacieron en la imaginación inocente de una niña. Y hoy, sencillamente todo desapareció. No queda más que vagos recuerdos en mi memoria de lo que un tiempo fue, pero hoy, gracias a aquella guerra sin norte, me alejaron para siempre de mi pasado...de mis padres.

Julián Bernabel: Deje sus palabras para otro momento; venga y ponga atención. Aquí en este mapa le estoy marcando el lugar donde va a encontrar a Eduardo y Arturo. Son sus casas. Ellos, por precaución, manjean un "santo y seña" en la entrada, así que aquí se lo apunté, para que no lo olvide. Sea paciente, que son unos vagabundos de primera, y no sería de extrañar que a toda hora estén durmiendo, o recuperandose de alguna borrachera. ¿Entendió?

Lucía Velázquez: Por supuesto que entendí. Vengo por la tarde, descanse Julián.

(Lucía Velázquez sale de la casa, con solo los papelas que Julián le entregó. Julián, queda sentado en la silla, arrecostando su cabeza sobre el respaldar. Y queda profundamente dormido; sin embargo balbucea, como hablando para sí mismo.)

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