Algunos dirán que de estas historias es más cierto el "que dirán" que lo que aquí yo les diga. Puede que sea eso cierto, así como puede que no lo sea. De por sí, en las historias, más importa lo que pase al final que lo que se cuente en el medio. Y al inicio no existe la poco sana preocupación de qué será verdad y qué será mentira.
En esas tardes rebuscadísimas por los amantes de lo inciertamente absurdo, me encontraba yo caminando por un inmenso sendero de piedrillas blancas. El camino, que por sí solo se encontraba bien distinguido, era bastante fácil de encontrar. Lo díficil, y en este aspecto yace toda la ciencia de este cuento, era saber cuál de todos aquellos caminos sería el que nos llevaría a nuestro propio destino.
Eso sí, lectores de este mentiroso, quiero que sepan que lo que van a leer no es mayor cosa que las verdades de un cuento; no es más que el recitar de una historia que una vez calcada en el cielo, me he tomado la molestia de transcribir en estas palabras. Y si alguno ha de dudar lo que aquí les digo, no se tomen la molestia de seguir con sus ojos las palabras de este loco.
Pues es fácil perder la cordura cuando se vive entre tantas incoherencias. Esta historia se desenvuelve en un extraño bosque; extraño solo para aquellos de mentes cerradas; extraño para aquellos que creen que lo normal es la costumbre de una rutina escandalosa que deja ciegos a los que tapan con sus manos los ojos del corazón.
Aquél bosque, envuelto de imaginación e ideas poco cuerdas, no era un bosque cualquiera. No señor. Aquél bosque guardaba dentro de él, a las más míticas criaturas que los seres humanos hayan visto jamás. Sin embargo, y para los menesteres de los que leen, esta historia no habla de esas criaturas, sino de otras mucho menos míticas pero mucho más absurdas.
Pero qué podrían esperar de un escritor como éste, que deja en manos de la locura, los dictados que la mente hace. Por eso, y no por alguna otra cosa, quiero empezar a contarles de dos extraños personajes que poco parecían importar, pero que al final enseñaron como ningún otro, dos secretos inimaginables para aquellos que ya no ven.
Casi recuerdo como ayer aquella mañana soleada. El sol, estirándose en el horizonte, hacía alardes de grandeza. El viento, de sur a norte, daba las primeras esperanzas de una tarde lluviosa. Pero eso qué iba a importar, si en definitiva este cuento no iba a dar para tanto.
Él era un perro que comía helado. Vivía día y noche comiendo helados. El de galleta, siempre dijo "es como comer un bocado del cielo con la dulzura de un atardecer en el bosque". De aquél perro poco podíamos decir. Quizás podríamos mencionar su, digamos inusual, mejor amigo: el avión.
Ustedes dirán, ¿cómo un perro es amigo de un avión?
Empecemos diciendo que no es cualquier avión; es un avión que baila. Aquél avión no podía volar una sola vez sin tener que moverse al ritmo de las corrientes de aire, y juguetear de vez en cuando, y solo de vez en cuando, con las nubes.
Aquella mañana, parecía que iba a ser una mañana cualquiera. Eso hubiese sido así de no ser porque por primera vez en siete años, el avión no bailó en el cielo. "¿por qué tan achicopalado?" decía en términos coloquiales su mejor amigo, el perro come helados. "Creo que quiero ser normal...como cualquier otro avión".
El perro, comiendo su helado de galleta, pensó rápidamente en algo que decirle a su amigo. Sin embargo, las ideas fueron escasas. Justo cuando el avión, cansado y triste de no recibir apoyo de su amigo, iba a emprender su vuelo taciturno, el perro le dijo: "a veces sientes que ser diferente a los demás no te permite alcanzar un nivel imaginario de poder. A veces no ser normal te hace sentir solo, incomprendido. Otras veces, sencillamente sientes que ser diferente es un error tuyo, y que tienes que cambiar. Cambiar y cambiar. Y al final, el mundo te presiona fuertemente para cambiar. Lo que el mundo no te dice es que eso que te diferencia de los demás es lo que te hace exactamante ser vos. Y de no ser vos con esa característica especial, hoy no hubieran tomado el rato para escribir este cuento sobre nosotros dos"
El avión, empezando a mover su cola, sonrió al perro (que comía un helado) y emprendió su viaje al cielo. Aquella mañana no hizo más que bailar y bailar. Al atardecer, de las nubes robó un cachito, que le llevó a su amigo el perro que come helado, en un detalle especial recordando lo que éste siempre decía:
En esas tardes rebuscadísimas por los amantes de lo inciertamente absurdo, me encontraba yo caminando por un inmenso sendero de piedrillas blancas. El camino, que por sí solo se encontraba bien distinguido, era bastante fácil de encontrar. Lo díficil, y en este aspecto yace toda la ciencia de este cuento, era saber cuál de todos aquellos caminos sería el que nos llevaría a nuestro propio destino.
Eso sí, lectores de este mentiroso, quiero que sepan que lo que van a leer no es mayor cosa que las verdades de un cuento; no es más que el recitar de una historia que una vez calcada en el cielo, me he tomado la molestia de transcribir en estas palabras. Y si alguno ha de dudar lo que aquí les digo, no se tomen la molestia de seguir con sus ojos las palabras de este loco.
Pues es fácil perder la cordura cuando se vive entre tantas incoherencias. Esta historia se desenvuelve en un extraño bosque; extraño solo para aquellos de mentes cerradas; extraño para aquellos que creen que lo normal es la costumbre de una rutina escandalosa que deja ciegos a los que tapan con sus manos los ojos del corazón.
Aquél bosque, envuelto de imaginación e ideas poco cuerdas, no era un bosque cualquiera. No señor. Aquél bosque guardaba dentro de él, a las más míticas criaturas que los seres humanos hayan visto jamás. Sin embargo, y para los menesteres de los que leen, esta historia no habla de esas criaturas, sino de otras mucho menos míticas pero mucho más absurdas.
Pero qué podrían esperar de un escritor como éste, que deja en manos de la locura, los dictados que la mente hace. Por eso, y no por alguna otra cosa, quiero empezar a contarles de dos extraños personajes que poco parecían importar, pero que al final enseñaron como ningún otro, dos secretos inimaginables para aquellos que ya no ven.
Casi recuerdo como ayer aquella mañana soleada. El sol, estirándose en el horizonte, hacía alardes de grandeza. El viento, de sur a norte, daba las primeras esperanzas de una tarde lluviosa. Pero eso qué iba a importar, si en definitiva este cuento no iba a dar para tanto.
Él era un perro que comía helado. Vivía día y noche comiendo helados. El de galleta, siempre dijo "es como comer un bocado del cielo con la dulzura de un atardecer en el bosque". De aquél perro poco podíamos decir. Quizás podríamos mencionar su, digamos inusual, mejor amigo: el avión.
Ustedes dirán, ¿cómo un perro es amigo de un avión?
Empecemos diciendo que no es cualquier avión; es un avión que baila. Aquél avión no podía volar una sola vez sin tener que moverse al ritmo de las corrientes de aire, y juguetear de vez en cuando, y solo de vez en cuando, con las nubes.
Aquella mañana, parecía que iba a ser una mañana cualquiera. Eso hubiese sido así de no ser porque por primera vez en siete años, el avión no bailó en el cielo. "¿por qué tan achicopalado?" decía en términos coloquiales su mejor amigo, el perro come helados. "Creo que quiero ser normal...como cualquier otro avión".
El perro, comiendo su helado de galleta, pensó rápidamente en algo que decirle a su amigo. Sin embargo, las ideas fueron escasas. Justo cuando el avión, cansado y triste de no recibir apoyo de su amigo, iba a emprender su vuelo taciturno, el perro le dijo: "a veces sientes que ser diferente a los demás no te permite alcanzar un nivel imaginario de poder. A veces no ser normal te hace sentir solo, incomprendido. Otras veces, sencillamente sientes que ser diferente es un error tuyo, y que tienes que cambiar. Cambiar y cambiar. Y al final, el mundo te presiona fuertemente para cambiar. Lo que el mundo no te dice es que eso que te diferencia de los demás es lo que te hace exactamante ser vos. Y de no ser vos con esa característica especial, hoy no hubieran tomado el rato para escribir este cuento sobre nosotros dos"
El avión, empezando a mover su cola, sonrió al perro (que comía un helado) y emprendió su viaje al cielo. Aquella mañana no hizo más que bailar y bailar. Al atardecer, de las nubes robó un cachito, que le llevó a su amigo el perro que come helado, en un detalle especial recordando lo que éste siempre decía:
"es como comer un bocado del cielo con la dulzura de un atardecer en el bosque"
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